domingo, 23 de agosto de 2009

Estudio del ciclo vital: crecer en tiempos difíciles

Hasta mediados del siglo XX las vidas humanas eran un tema poco común de estudio, particularmente en su contexto social e histórico, y los investigadores no relacionaban el desarrollo infantil con lo que sucede después de la infancia. Los estudios del ciclo vital han cambiado este concepto.

El reconocimiento actual de la necesidad de observar el ciclo vital en su contexto social e histórico se debe en parte a Glen H. Elder, Jr. En 1962, Elder inició el Estudio de Crecimiento de Oakland, un estudio longitudinal sobre el desarrollo social y emocional en 167 personas jóvenes residentes en áreas urbanas y nacidas alrededor de 1920, de las cuales aproximadamente la mitad provenía de hogares de clase media. El estudio había comenzado simultáneamente con la Gran Depresión de los años 30, época en la que los jóvenes cuya infancia había transcurrido en los mejores años de la próspera década de 1920, estaban alcanzando la adolescencia. Al comparar los datos de los dos grupos participantes, aquellos provenientes de familias severamente deprimidas y aquellos cuyas familias habían sufrido relativamente pocas dificultes luego del colapso de la economía, Elder observó cómo la desorganización de la sociedad puede alterar los procesos familiares y, a través de ellos, el desarrollo de los niños.

A medida que la tensión económica transformó las vidas de los padres, también cambió las vidas de los niños. Las familias que habían perdido más del 35 por ciento de sus ingresos redistribuyeron las responsabilidades económicas. Las madres buscaron trabajo fuera de sus hogares. Las niñas se encargaron de muchas labores domésticas y muchos jóvenes buscaron trabajo durante medio tiempo. Las madres asumieron una mayor autoridad como progenitoras. Los padres, preocupados por la pérdida de sus trabajos e irritados por sus estatus deteriorados dentro de la familia, en ocasiones bebían excesivamente. Los progenitores discutían más. Los adolescentes, a su vez, tendieron a mostrar dificultades en su desarrollo. Esto fue menos válido para los jóvenes cuyos padres lograron controlar sus emociones y hacer frente a la tormenta económica con una menor discordia familiar.

Para los jóvenes, particularmente, los efectos a largo plazo de la dura prueba no fueron totalmente negativos. Aquellos que consiguieron trabajo para colaborar se hicieron más independientes y lograron evadir la tensa atmósfera familiar mejor que las chicas, quienes enfocaron sus esfuerzos de cooperación en el hogar. Durante la adolescencia, los jóvenes pobres de Oakland mostraron mayores problemas con su propia imagen (conciencia de sí mismos, vulnerabilidad emocional y deseo de adaptación) que los no necesitados, aunque superaron tales dificultades sin efectos duraderos. Tras haber sido prematuramente presionados a asumir papeles propios de la adultez, se apropiaron a edades muy tempranas de verdaderos papeles adultos como el matrimonio y el trabajo. Durante su adultez, estuvieron firmemente orientados hacia el trabajo aunque también valoraron las actividades familiares y cultivaron la confianza en sus hijos.

Elder observó que los efectos de una crisis económica importante dependen de la etapa de desarrollo de un niño. Los niños de su muestra ya eran adolescentes durante la década de 1930; pudieron apelar a sus recursos emocionales, cognitivos y económicos. Un niño nacido en 1929 habría dependido totalmente de su familia. Por otra parte, los padres de los niños de Oakland, siendo mayores, pueden haber sido menos flexibles al enfrentar la pérdida de un trabajo y su vulnerabilidad emocional bien podría haber afectado el tono de la vida familiar y el trato de sus hijos.

Cincuenta años después de la Gran Depresión, a comienzos de los años 80, una precipitada caída del valor de los terrenos agrícolas del medio oeste llevó a muchas familias granjeras a asumir deudas o a abandonar sus tierras afrontando un futuro incierto. Esta crisis granjera ofreció a Elder la oportunidad de repetir su investigación anterior, en esta ocasión en un medio rural. En 1989, él y sus colegas entrevistaron a 451 granjeros y familias de pueblos pequeños. Los investigadores también filmaron las interacciones familiares.

Cada familia estaba compuesta por ambos padres, un hijo o hija en séptimo grado y un hermano o hermana hasta cuatro años mayor o menor. De esta forma, los investigadores lograron valorar el impacto producido por la pérdida drástica del ingreso sobre los miembros de la familia en distintas etapas de la vida. El diseño del estudio también brindó a los investigadores una imagen de la compleja dinámica de las relaciones familiares y cómo estas relaciones enlazan ¨los grandes cambios socioeconómicos con las experiencias y el bienestar de los miembros de la familia en forma individual¨.

Igual que en el estudio de la época de la depresión, muchos de estos padres rurales, bajo la presión de las dificultades económicas, desarrollaron problemas emocionales. Los progenitores deprimidos fueron más propensos a discutir entre ellos y a maltratar o apartarse de sus hijos. Los niños, a su vez, mostraron una tendencia a perder la confianza en sí mismos, a ser impopulares y a tener un insuficiente desempeño escolar. La diferencia en los hallazgos de ambos estudios refleja la transformación de la sociedad entre la década de 1930 y la de 1980. En los años 80 este patrón de comportamiento familiar se aplicó tanto a las madres como a los padres, mientras en los años 30 fue menos válido para las madres, cuya función económica antes del colapso había sido más marginal. Los hallazgos de Iowa también muestran la doble dirección de la influencia. Los preadolescentes rurales no fueron únicamente receptores pasivos de las actitudes y el comportamiento de sus padres. Cuando los jóvenes granjeros en particular trabajaron duro para contribuir a la supervivencia económica de su familia, sus padres tuvieron un sentimiento más positivo hacia ellos.

Para los investigadores, el trabajo de Elder, igual que otros estudios del ciclo vital, arroja una luz sobre los procesos del desarrollo que los enfoques previos no podrían haber revelado. El estudio de la crisis granjera continúa mediante entrevistas anuales a las familias. Eventualmente nos permitirá observar los efectos que la penuria temprana produce a largo plazo en las personas que la experimentaron a distintas edades y bajo diversas situaciones.

Dado que el desarrollo humano es tan complejo, su estudio requiere la asociación de especialistas en muchas disciplinas que incluyen psicología, psiquiatría, sociología, antropología, biología, genética (estudio de las características hereditarias), ciencia familiar (estudio interdisciplinario de las relaciones familiares), educación, historia, filosofía y medicina.

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